Recibido: 25 de octubre de 2021; Aceptado: 30 de diciembre de 2021
Los movimientos sociales y la educación media: el inicio de una conciencia política
Social movements and secondary education: the beginning of a political consciousness
Movimentos sociais e ensino médio: o início de uma consciência política
Resumen
Los movimientos sociales en la escuela han tomado fuerza desde inicios del siglo XXI apoyados en los recursos que las redes sociales permiten hoy en día. Esto no es algo aleatorio ni una simple moda social, sino que es signo del surgimiento de lo que podemos llamar “una nueva conciencia política”, porque las nuevas generaciones se ven interpeladas por los problemas sociales, culturales y económicos que las rodean. La educación, cuando es crítica y popular, como la que generan ciertos movimientos sociales, contribuye a gestar esa conciencia política.
Palabras clave:
movimientos sociales, política, resistencias creativas, educación..Abstract
Social movements at school have gained strength since the beginning of the 21st century supported by the resources that social networks allow today. This is not something random or a simple social fashion but is a sign of the emergence of what we can call “a new political consciousness”, because the new generations are challenged by the social, cultural, and economic problems that surround them. Education, when it is critical and popular, such as that generated by certain social movements, contributes to developing this political consciousness.
Keywords:
social movement, politics, creative resistance, education..Resumo
Os movimentos sociais na escola ganharam força desde o início do século XXI apoiados pelos recursos que as redes sociais permitem hoje. Isso não é algo aleatório ou uma simples moda social, mas é um sinal do surgimento do que podemos chamar de “uma nova consciência política”, porque as novas gerações são desafiadas pelos problemas sociais, culturais e econômicos que as cercam. A educação, quando crítica e popular, como a gerada por certos movimentos sociais, contribui para o desenvolvimento dessa consciência política.
Palavras-chave:
movimento social, política, resistência criativa, educação..Introducción
Con la llegada de la segunda década del siglo XXI y tras haber atravesado por una pandemia, experiencia por la cual las generaciones actuales no habían pasado, muchas cosas que estaban en la agenda cultural y política, o bien se detuvieron o se exacerbaron. Una de las que se puede decir que se desbordó, en las generaciones que convergen en esta época, fue la participación de los jóvenes en marchas, protestas, movimientos sociales, todo lo cual contribuye a la formación de una conciencia política. No queremos decir que las generaciones anteriores no la tuvieran, sino que hoy revive un interés generalizado y creciente hacia los hechos sociopolíticos.
Dentro de esas generaciones con intereses políticos en la era contemporánea, está la de quienes nacieron a finales de los noventa e inicios del nuevo milenio: adolescentes que están cursando o acaban de culminar sus estudios de bachillerato. Si hacemos un paralelo entre las acciones políticas practicadas por las generaciones anteriores y las de ahora, encontraremos que hoy son variadas, adentro y afuera de la escuela, mientras que la única que ejercíamos antes, creyendo que con ello participábamos de lo “democrático”, eran las elecciones del representante de los estudiantes. Hoy, además de elegirlo, nuestros jóvenes participan en el nombramiento de los integrantes del comité LBGTI, hacen marchas de protesta cuando encuentran alguna injusticia, se suman a las movilizaciones nacionales, participan en los debates de orden local o departamental que afectan sus entornos, o la institución a la que pertenecen, conocen leyes y la Constitución colombiana, cuestiones que en otras épocas eran impensables, ¿por desconocimiento, desinterés o por la represión que existía? Pero, además, se posicionan experiencias educativas que hacen parte de la llamada educación popular, como los preuniversitarios populares o aquellas que se inscriben en la lucha contra las hegemonías buscando construir otras alternativas educativas (Fe y Alegría, por ejemplo).
Le debemos a Paulo Freire (1996), gracias a sus investigaciones y prácticas, nuevas perspectivas sobre la escuela y su funcionamiento; pero, no solo eso, pues sus ideas han permitido el desarrollo de posturas políticas al interior de lo educativo, cuestión que también ha sido debatida durante generaciones, puesto que aún se piensa que el docente no puede inducir a los estudiantes a unirse a esta o aquella postura política. Pero es justo esa cuestión la que Freire cuestiona, ya que no se tiene que pertenecer a un partido político (de derecha, centro o izquierda) para tener una opinión política. Porque la educación nunca es neutral: en ella hay complementariedad entre los proyectos pedagógicos y políticos nacionales. Como afirman Giroux y McLaren refiriéndose a una educación crítica:
El imperativo de este currículum es crear condiciones para el ejercicio del poder y la auto-constitución del estudiante como un sujeto activo política y moralmente. Estamos usando el término ejercicio del poder para referirnos al proceso en el que los estudiantes adquieren los medios para apropiarse críticamente del conocimiento existente fuera de su experiencia inmediata, para ampliar la comprensión de sí mismos, del mundo, y las posibilidades de transformar las presuposiciones, vistas como dadas para siempre, acerca de la forma en que vivimos (1998, pp. 113-114).
La meta es la emancipación de quienes participan en todo acto educativo y, paralelamente, la creación de condiciones de modo que dicha emancipación sea para toda la sociedad. Ello incluye el empoderamiento (tomar el control de las propias vidas de modo personal y colectivo, por parte de las personas y grupos con menos poder) y el ajuste de las condiciones económicas y simbólicas. El fundamento de la acción pedagógica es, por tanto, ético o ideológico, y su efecto es siempre político.
Como lo dice Freire, se trata de aprender a “leer el mundo”. Mediante la reflexión crítica y el diálogo, que promueven muchos movimientos sociales, uno aprende a posicionarse en la propia identidad personal y colectiva, constituyéndose como un verdadero sujeto político. Este proceso de concientización requiere varias relaciones dialécticas interrelacionadas: (a) la que se establece entre el opresor y el oprimido y que solo se supera por medio de la acción emancipadora; (b) la que se da entre el sujeto aprendiz y los objetos de saber en tanto que útiles conceptuales para “leer” el mundo; esta requiere la mediación del proceso de concientización; (c) la que implica al maestro y al sujeto aprendiz y reposa sobre la situación existencial como proceso mediador; y (d) la que se da entre el sujeto aprendiz y el mundo, que es mediatizada por el saber científico (la postura epistemológica).
Ahora bien, para Touraine, “los movimientos sociales son la conducta colectiva organizada de actores luchando contra su adversario por la dirección social de la historicidad en una colectividad concreta. No se deben separar jamás las orientaciones culturales y el conflicto social” (2006, p. 5). Esta definición es problemática, pero también acertada para precisar los criterios de desarrollo de los movimientos sociales contemporáneos. Es decir, que la gestión de estos dependerá del conflicto social de la época, y como sabemos, Colombia es un país que se ha caracterizado por una historia plagada de conflictos políticos que agravan la calidad de vida de la población. Touraine agrega que las nuevas generaciones responden a dichas condiciones políticas mediante una cultura de conciencia política, que hoy en día aprovecha las ventajas de la tecnología, como las redes sociales y los teléfonos inteligentes.
Entonces concretemos una definición, señalando que “por movimientos sociales entendamos aquellas acciones sociales colectivas permanentes que se oponen a exclusiones, desigualdades e injusticias, que tienden a ser propositivos y se presentan en contextos socio espaciales y temporales específicos” (Archila-Neira, 2006).
Desde estos presupuestos, la formación de la conciencia política y el rol de los movimientos sociales en la educación, en el presente artículo queremos presentar una perspectiva y generar algunos cuestionamientos en el lector sobre la incidencia de estos movimientos en la escuela, revisando su evolución, puesto que la cultura, al componerse de coyunturas, termina por orientar la forma en la que se desarrollan. También, se observará cómo se puede gestar la conciencia política de los estudiantes a través del currículo, sobre todo en ciertas experiencias educativas populares y, por último, aunque no menos importante, señalaremos que el acto de estudiar es un acto político que contribuye a las transformaciones del sentido común y a de las posturas políticas en un país como Colombia.
Los movimientos sociales y la educación media
Lo primero a lo que nos referiremos es recesión económica global de 2008, que significó un reto para muchos de nosotros que nos vimos en aprietos para lograr mantener lo que llamamos “vida”. Después de aquellos años, las grandes industrias y las interacciones entre territorios lograron una especie de despliegue monetario mundial, que hoy conocemos como el neoliberalismo: capitalismo como sistema económico hegemónico. Aun cuando no lo veamos a simple vista, en el trasfondo existe un primer desplazamiento de tipo económico que terminaría por reorganizar la vida social y la vida diaria: “la vida alrededor de lo económico”, sin que hubiera formas de salir de ese círculo. Es que, justamente, el modelo neoliberal pretende asegurar que toda la vida gire sobre su sistema económico (acumulación de capital). Según Della y Diani (2011), para 2010, el planeta estaba un poco más recuperado y la inversión nacional y extranjera lograba traer una especie de tranquilidad para el bolsillo de los individuos, grupos y países. Se fortalecieron varias empresas y comenzaron a emerger con más fuerza las minorías. Los discursos de estas empresas se fueron desarrollando de forma paralela a las teorías sociológicas contemporáneas, dando pie al fortalecimiento de discursos y modos de vivir (discurso feminista, la moda queer y el gusto por lo andrógino).
Lo anterior es un punto clave para entender el desarrollo de los movimientos sociales en las instituciones de educación media. En una investigación desarrollada por Suárez (2007), se indica que la cuestión de la diversidad sexual llevó a que todos los actores de las instituciones educativas tomaran conciencia sobre la condición política que hay detrás de una orientación sexual; sobre todo cuando surgen los movimientos formados a partir de la unión de familias y victimas de atrocidades de todo tipo a lo largo y ancho del país. De manera que los movimientos sociales no nacieron sin fundamento teórico-práctico, sino que son el resultado de un sin número de masacres y vulneración de los derechos humanos.
Entre los años 2013 y 2015 asistimos a varias marchas; diversos colectivos y muchos individuos del común asumían liderazgos; a su vez comienzan los asesinatos de líderes sociales, particularmente en lugares donde el Estado no es más que una imagen borrosa de un sistema que existe solo en los medios de comunicación (León et al., 2005). Entre 2016 y 2019 se marca una nueva tendencia: marchas y un carácter político más profundo generado y expandido por las redes sociales; la información es inmediata porque se difunde de extremo a extremo en el territorio y en el planeta.
Para 2019 las organizaciones políticas alternativas y muchas minorías estaban enteramente articuladas y se unían para salir a marchar cuando fuera necesario, con el propósito de hacer valer sus derechos. Las capitales se llenaban de sujetos políticos (en el pleno sentido de la palabra) y después, muchas localidades intermedias y municipios…, una tendencia con el objetivo de luchar por una causa en común y alzar la voz para exigir garantías al gobierno, con la intención de no permitir que se hiciera más daño a la sociedad colombiana con políticas inconsistentes.
Este hecho poco a poco escala a todas las instituciones de la estructura social, incluyendo la escuela. La forma como este sector se expresó, ante las injusticias de la política colombiana, consistía en expresiones de “resistencias creativas”, parafraseando a Boelens (2011). Los docentes, padres de familia y estudiantes, promoviendo cacerolazos, asistiendo a las movilizaciones con expresiones artísticas, y manifestando sus inconformidades sin miedo, se expresaban (forma de sentirse libres) mediante la activa participación del sector de la educación nunca vista antes.
Para los años 2020 y 2021, en medio de la pandemia, se populariza el “performance escolar”, caracterizando esa conciencia política que se iba gestando en las nuevas generaciones. De acuerdo con Peplo (2014), el performance consiste en irrumpir en la realidad mediante nuestra praxis, en otras palabras, la forma como actuamos puede ser una manera de expresar nuestro inconformismo. Es esto lo que las instituciones realizan mediante plantones, huelgas, carnavales y otras formas de expresión frente a las violencias del poder.
Los movimientos sociales en la escuela se constituyen como un elemento dinámico gracias a procesos que podrían convertir en realidad las potencialidades de las sociedades modernas. Por eso seguimos valorando los efectos políticos de los movimientos sociales desde los niveles académicos iniciales, y su influjo para gestar una conciencia democrática; por ello insistiremos en las relaciones entre los movimientos sociales y el currículo, y en cómo estudiar (aprender, educar) es un acto político.
Asumir una pedagogía crítica es proponer un nuevo paradigma para el ejercicio profesional del maestro y, sobre todo, lograr que la escuela interiorice lo político de la educación. Y ello porque se trata de fortalecer una actitud crítica frente a las formas de construir conocimiento y los modos como dicho conocimiento se convierte en fuerza social. Una escuela que desarrolla una pedagogía crítica piensa el proceso educativo como interacción comunicativa; examina, percibe, interpreta y trasforma los problemas reales que afectan a una comunidad concreta. Concibe la educación como camino para identificar problemas reales y buscar alternativas de solución pertinentes. Usualmente, la educación se ha pensado como algo basado en reglamentos y políticas de turno, donde se pregona el saber instrumental, el conocimiento como respuesta a un problema económico inmediato. Desde otro ángulo, la pedagogía crítica asume el saber en tanto fuente de liberación (Freire, 1989), llevando al sujeto hacia la lectura de la realidad, sobre todo para detectar los problemas culturales y las fragilidades sociales (corrupción política, educación de mala calidad, delincuencia, injusticias, pobreza, entre muchas otras).
En ese contexto educativo crítico, el currículo implica una visión determinada de la sociedad, una idea particular de cultura, unos discursos construidos mediante dispositivos que legitiman ciertas formas de discurso, de experiencias humanas, de interacciones sociales y de modos de razonar (Apple, 1979). El currículo crítico pretende reducir los efectos de la hegemonía ideológica, los procesos del poder intelectual y cultural, a la vez que promover la liberación social (Gramsci, 1974). Si el sujeto se forma para la vida en comunidad, a la par debe saber diferenciar entre lo que es la realidad en la que vive y la realidad aprendida con la cual se puede cotejar. La escuela es así un espacio de crítica que permite cuestionar modelos sociales hegemónicos y presenta otros alternos.
En el contexto de una pedagogía crítica, la estructura curricular implica generar movimientos sociales tales como:
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Movimiento cultural, al desacomodar las estructuras establecidas. Tiene que reinventar estilos de vida y modos de organización y participación. Debe incluir paradigmas para examinar e interpretar la cultura y los imaginarios que preponderan en los colectivos sociales.
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Movimiento político, pues genera reflexión crítica sobre las formas de legislar las conductas sociales, los sistemas educativos y las instituciones socioculturales, incluyendo los sistemas económicos y de comunicación. Debe interpretar las ideologías y discursos subyacentes en el currículo, planes de estudio y contenidos prescritos.
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Movimiento educativo, ya que el ajuste y la conciliación son objeto de análisis. Maestros y estudiantes que intervienen los procesos formativos y didácticos y enuncian categorías alternativas a las prescritas, generan procesos críticos organizacionales y evaluativos.
Un ejemplo de todo ello son los procesos de educación popular que desarrollan Pre Icfes y Preuniversitarios populares en diversas regiones del país, como procesos educativos no formales y alternos al sistema escolar para jóvenes de sectores populares con el propósito de prepararlos, de modo crítico, en los contenidos y competencias requeridos para la prueba Saber 11, o en los exámenes particulares de ingreso a las universidades públicas. Estos programas se inscriben en la tradición pedagógica iniciada por Freire, orientada por valores como la lectura crítica del orden social imperante y el rol integrador de la educación tradicional, la intencionalidad política de promover el cambio, el deseo de fortalecer a sujetos y movimientos subalternos, la decisión de trabajar desde los propios sectores populares usando metodologías educativas basadas en la participación y el diálogo (Torres, 2011, p. 14). En 2016 existían 42 de estos programas en el país; 24 de ellos en Bogotá, implementados en instituciones comunitarias (colegios, bibliotecas vecinales y centros culturales) de barrios populares. Según Picón y Mariño (2016), entre sus efectos están
(…) la importante influencia social que pueden ejercer este tipo de proyectos, su grado de inserción y potencialidad para la generación de tejido comunitario y el alto grado de autonomía pedagógica y política que pueden alcanzar en su seno, a las que habría que sumar a nivel externo, la amplia acogida de este tipo de convocatorias, en un contexto general de gran demanda y escasa oferta, derivada del alto costo de los cursos preparatorios privados y las insuficiencias de las instituciones públicas (p. 157).
En pocas palabras, en una pedagogía crítica las ideas de currículo, enseñanza y aprendizaje se precisan en unos discursos y acciones sobre la realidad (cómo es y cómo debería ser) y tienen consecuencias reales. El rol de la escuela, sobre todo de la escuela pública, no es solo pensado como un lugar de propagación ideológica y social, sino como un espacio de indagación y de resistencia contrahegemónica. Es lo que muestran alternativos procesos educativos independientes como aquellos vinculados a articulaciones sectoriales como la Coordinadora de Bogotá, o a políticas de nivel nacional como el PDA, Marcha Patriótica y el Congreso de los Pueblos. Y por ello, la escuela se cuestiona siempre por qué, para qué, a quién, cómo, cuándo y dónde enseñar, para que el currículo se convierta en una acción liberadora y concertada, y, por lo tanto, ético política.
Por otra parte, en La alternativa pedagógica, Gramsci (1976) hablaba de la educación como dispositivo cultural para mantener el dominio hegemónico de una clase sobre otros grupos sociales. Así podemos considerar que la educación ha sido “herramienta del poder”. En este sentido, destaca cómo los movimientos sociales latinoamericanos plantearon desde siempre una preocupación sobre la idea de educar; entienden los actos de estudiar y educar como algo esencial para los procesos de cambio social y de arraigo cultural al contexto, a la visión, a las praxis, y, en últimas, a una cultura concreta que requiere de una educación particular, diferenciada y alternativa. Un ejemplo de esto es el caso de Fe y Alegría, movimiento de educación popular que nació en Caracas en 1955 (presente hoy en veinte países) para sectores empobrecidos y excluidos, que pretende potenciar el desarrollo personal y la participación sociopolítica de dichos grupos, convencidos de que la justicia social tiene como requisito la justicia educativa.
Freire insiste reiteradamente en que estudiar no es un acto para consumir ideas, sino para crearlas y recrearlas: el estudio no se mide por el número de páginas leídas en una noche, ni por la cantidad de libros leídos en un semestre. Así mismo, “alfabetizarse” no es aprender a repetir palabras, sino a decir la propia palabra. Y decir la palabra auténtica, que es unión inquebrantable entre acción y reflexión, es siempre transformar al mundo. Pues todos sabemos algo y todos ignoramos algo; por eso, siempre aprendemos. Y una educación crítica y popular no consiste solo en preocuparse por los pobres como sujetos educativos; sino también por los contenidos, que deben partir de su cultura y sus necesidades; por su propósito, que no puede ser otro que construir una sociedad sin marginación ni exclusión; y por su metodología, que debe crear dispositivos de diálogo y de participación democrática.
Ahora bien, como ya hemos dicho, Freire establece un lazo entre educación y ciudadanía, al señalar que los problemas educativos no se reducen al campo didáctico o pedagógico, sino que poseen un alto componente político. Lo ideal es que todo proceso educativo esté mediado por la pregunta: estudiar es preguntar, pues la pregunta es la expresión de la incertidumbre frente al mundo; es la inquietud que convoca y provoca a la imaginación, a la percepción, a la hipótesis, en una palabra, a subvertir el orden. Freire advierte que hay que cambiar la educación pues generalmente ha sido una educación de respuestas en vez de una de preguntas. La pregunta tiene que ser aquel componente del acto educativo orientado a consolidar nuestro compromiso frente a la injusticia, la desigualdad y la impunidad, que nos permita aprender a aprender, es decir, a develar el sentido de lo que estudiamos, que nos dé la posibilidad de vivir con sensatez la compleja tensión entre la autoridad y la libertad; en otras palabras, que asumamos con libertad y responsabilidad el ejercicio de nuestros deberes y derechos:
Estaremos desafiándonos a nosotros mismos a luchar más en favor de la ciudadanía y de su ampliación. Estaremos forjando en nosotros mismos la disciplina intelectual indispensable sin la cual obstaculizamos nuestra formación, así como la no menos necesaria disciplina política, indispensable para la lucha en la invención de la ciudadanía (Freire, 1994, p. 133).
Hablar del estudiar como acto político, implica hablar de ciudadanía, pero como proyecto social inconcluso, es decir de ciudadanía como conciencia crítica de derechos y deberes (civiles, sociales y políticos), y como práctica o experiencia de la democracia. Desde este enfoque, la formación ciudadana consiste en empoderar al sujeto sobre su realidad, su entorno, su tiempo, su historia y su cultura; empoderamiento que lo vuelve sujeto histórico, actor y protagonista, en permanente actitud alerta y de cambio, capaz de transformar su propia realidad y su entorno social, con el convencimiento y la intención de una sociedad más democrática. El ciudadano no nace, el ciudadano se construye en un proceso permanente y dinámico, que requiere de estudio, compromiso, decisión y posición política.
Así como apropiarnos de nuestros cuerpos y nuestras voces, marchando o realizando algún performance, es un acto político; así como amar incondicional y solidariamente al otro, al diferente, es también un acto político…, porque esas acciones son actos de rebeldía…, estudiar con conciencia y con actitud crítica es también un acto de rebeldía: el auténtico aprendiz construye el conocimiento como un acto político. La neutralidad no es posible: todo acto (y todo no acto) es político.
A modo de conclusión
Recordemos que los movimientos sociales generan tendencias teóricas. En ese sentido, el desarrollo de una nueva conciencia política desde los primeros años de educación será un punto de partida para nuevas perspectivas multidisciplinares que permitan comprender y practicar la formación de un sujeto político desde la niñez, como ya lo han afirmado, desde la filosofía, numerosos autores. Pero, desde la episteme educativa este hecho se desarrolla de forma particular, por lo cual habría que hilvanar nuevas líneas de investigación sobre este prometedor vínculo entre los movimientos sociales y la educación.
Lo político es lo que mueve el mundo y lo que siempre lo ha movido. Por eso es importante subrayar que los movimientos sociales están formados por muchos saberes políticos, por diversas experiencias y orientaciones ideológicas. Cuando en Colombia se habla de que no existe un proyecto político es porque no hay un horizonte sobre el cual se edifiquen las políticas públicas, pues estas se promueven al azar, según la necesidad inmediata que presente un territorio. Todo ello nos pasa cuenta de cobro a cada uno, como actores políticos de esa red en la cual vivimos, soñamos, creamos y nos rebelamos.
Recordemos que, según la propuesta habermasiana, los movimientos sociales son portadores de un discurso comunicativo que es universalizable. Ellos contribuyen con acuerdos normativos y fortalecen el Estado de derecho; si sus discursos se institucionalizan, pueden iniciar procesos de cambio del orden político y social a través de proyectos democráticos. Esto ocurre porque los movimientos sociales nacen en el mundo de la vida cotidiana como reacciones (defensivas), frente a formas de colonización impuestas por los sistemas económico y político, que cuestionan las estructuras políticas.
De manera que es deber de los movimientos sociales, y también de las minorías, labrar ese proyecto político tan necesario para el desarrollo de políticas y estrategias acordes con las verdaderas necesidades de un país como Colombia que cada día sufre de precariedades en muchas de sus dimensiones (económica, ambiental, política). De este hecho, que parece sencillo, viene la grandeza de las marchas, proyectos educativos y demás acciones que realizan las organizaciones sociales. Sin ellas nuestra sociedad estaría todavía muy lejos de la democracia real. Por eso hay que seguir en pie de lucha, para garantizar, al menos en lo minino, una vejez digna a nuestros padres y abuelos, como también hilvanar un futuro digno para las generaciones que nos siguen.
Una labor de los movimientos sociales es la de realzar las voces de quienes no siempre son escuchados (como ocurre a veces con los sujetos educativos), defender la búsqueda del mayor bienestar para todos, no optar por apoyar facciones privilegiadas sino por izar la bandera de una educación crítica como prioridad nacional, y así incidir en las políticas públicas y lograr legitimidad en el debate educativo.
La convicción de que una educación crítica permea los proyectos de vida de los sujetos y los derroteros de sus comunidades de pertenencia es una de las razones para impulsar los proyectos educativos. El principal desafío que nos dejan los movimientos sociales es el de superar lo que tradicionalmente hemos entendido por educación, pensar otros principios o matrices educativas; repensar el carácter educativo de dichos movimientos sociales, lo que a su vez implica reconocer lo educativo de todo proceso de lucha y organización colectiva.