La UPZ La Flora: relatos de historias y memorias La UPZ La Flora: tales of stories and memories
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Abstract
La UPZ La Flora stories and memories, is part of a pedagogical bet through which it seeks to weave the local history of this territory. In which through the voices of grandparents, parents, students, leaders and social leaders, the school San Cayetano, IED, gives an account of the paths of struggle and hope that entire families carved for the appropriation of this territory and the dignity of their ways of life. Therefore, this experience is nourished by the conception of the school as a space for learning, strengthening and pedagogical transformation, in which history and memory converge, within the educational community as tools for the construction of multiple futures.
“La UPZ La Flora: relatos de historias y memorias”, hace parte de una apuesta pedagógica mediante la cual se busca tejer la historia local de este territorio. Historia en la que, a través de las voces de los abuelos, padres de familia, estudiantes, líderes y lideresas sociales, el Colegio San Cayetano, IED, da cuenta de los caminos de lucha y esperanza que familias enteras labraron por la apropiación de este espacio y la dignificación de sus formas de vida. Por lo tanto, esta experiencia se nutre de la concepción de la escuela como un lugar de aprendizaje, fortalecimiento y transformación pedagógica, en el que historia y memoria confluyen dentro de la comunidad educativa, como herramientas para la construcción de múltiples futuros.
UPZ La Flora, territory, history, memory, social struggles
Recibido: 30 de octubre de 2021; Aceptado: 30 de diciembre de 2021
Resumen
“La UPZ La Flora: relatos de historias y memorias”, hace parte de una apuesta pedagógica mediante la cual se busca tejer la historia local de este territorio. Historia en la que, a través de las voces de los abuelos, padres de familia, estudiantes, líderes y lideresas sociales, el Colegio San Cayetano, IED, da cuenta de los caminos de lucha y esperanza que familias enteras labraron por la apropiación de este espacio y la dignificación de sus formas de vida. Por lo tanto, esta experiencia se nutre de la concepción de la escuela como un lugar de aprendizaje, fortalecimiento y transformación pedagógica, en el que historia y memoria confluyen dentro de la comunidad educativa, como herramientas para la construcción de múltiples futuros.
Palabras clave:
UPZ La Flora, territorio, historia, memoria, luchas sociales..Abstract
La UPZ La Flora stories and memories, is part of a pedagogical bet through which it seeks to weave the local history of this territory. In which through the voices of grandparents, parents, students, leaders and social leaders, the school San Cayetano, IED, gives an account of the paths of struggle and hope that entire families carved for the appropriation of this territory and the dignity of their ways of life. Therefore, this experience is nourished by the conception of the school as a space for learning, strengthening and pedagogical transformation, in which history and memory converge, within the educational community as tools for the construction of multiple futures.
Keywords:
UPZ La Flora, territory, history, memory, social struggles..Resumo
A UPZ La Flora relatos de histórias e memórias, faz parte de uma aposta pedagógica mediante a qual busca-se tecer a história local deste território. Na qual, através das vozes dos avós, pais de família, estudantes e lideranças sociais, o Colégio San Cayetano, IED, da conta dos caminhos de luta que famílias inteiras construíram pela apropriação deste território e a dignificação das suas formas de vida. Pelo tanto, esta experiência se enriquece da concepção da escola como um espaço de aprendizagem, fortalecimento e transformação pedagógica, no qual história é memória confluem, dentro da comunidade educativa como ferramentas para a construção de múltiplos futuros.
Palavras-chave:
UPZ La Flora, território, história, memória, lutas sociais..Introducción
a escuela ha venido escribiendo páginas que dan cuenta de la educación como una construcción colectiva de sentidos, que dista de la concepción del espacio escolar como una institución de sometimiento, donde a través de métodos y rutinas se busca el control minucioso de las operaciones del cuerpo y de los individuos (Foucault, 2003). En dichas páginas se empiezan a trazar experiencias pedagógicas, como las que se presentan a continuación, inspiradas en la figura del ángel propuesta por Walter Benjamin, aquel que viendo al pasado escruta entre los escombros de aquellas historias para apartarlas de las brumas en que han sido sepultadas, para transformarlas en chispas de esperanza (Echavarría, 2005).
Precisamente, el objetivo de las líneas que aquí se desglosan, es resaltar la importancia de la escuela para tejer historias locales como herramientas de reconstrucción de las memorias de las comunidades educativas, en las que se reconocen sus luchas, sus significados y el sentido mismo de la educación. A continuación, se presentará cómo desde el Colegio San Cayetano, IED, se le apuesta al reconocimiento de la UPZ La Flora1 (lugar en el que se encuentra ubicado), como un espacio en el cual confluyen los elementos anteriormente citados, y también como un territorio de múltiples posibilidades para una escuela que busca reconstruir derroteros comunes con las comunidades a las cuales se debe.
La UPZ La Flora: historia de sus inicios
Porfiados, los recuerdos se niegan a permanecer en el pasado y emergen dentro de una necesidad presente de reencontrar los silencios impuestos, y los olvidos generalizados -desde un evidente interés de dominio-; tercos de callar en la falaz armonía del presente, se asoman los relatos de hombres y mujeres que, desde diversos grupos sociales, participan crítica y reflexivamente en la elaboración de la historia
Una escuela que le apunte a la transformación social mediante el fomento de prácticas pedagógicas, democráticas y de interacción con la comunidad, necesita reconocer el territorio en el que se encuentra. Es decir, su configuración histórica, pues a través de este telón de fondo se pueden dibujar proyectos directamente relacionados con su contexto. Es por esto que a continuación se compartirá una pequeña reconstrucción histórica de la UPZ La Flora, la cual ha sido posible gracias al potencial de las fuentes orales reconstruidas por los estudiantes de la institución, gracias a las memorias de sus padres, y de sus abuelos.
Debe señalarse que los aportes de las fuentes orales, en cualquier proceso de investigación, conducen a facilitar la comprensión de la subjetividad de la experiencia humana. La historia oral es una estructura abierta y flexible, que, como acto comunicativo facilita el registro de lo vivido, pero también de lo no escrito, toda vez que los silencios, lo implícito, lo invisible, constituyen incógnitas esenciales en esta herramienta metodológica (González, 1997).
La historia de la UPZ La Flora, de la localidad de Usme, guarda elementos comunes con los procesos de configuración de los barrios que se extendieron a lo largo y ancho de los cerros surorientales de la ciudad de Bogotá, a partir de procesos organizativos de los movimientos sociales conocidos como cívicos (Archila, 2004). Dichos movimientos sociales reivindicaban el derecho a la vivienda, el acceso a los servicios públicos, y en última instancia, el derecho a la ciudad, en forma paralela al comienzo del proceso de expansión de Bogotá hacia el sur, producto de la inclusión de miles de hectáreas de urbanización a medida que fueron anexándose -a lo que se convertiría en el Distrito Especial de Bogotá- los otrora municipios de Bosa, Fontibón, Engativá, Suba, Usaquén y Usme en el año de 1954 (Galarza, 2011).
A este hecho se sumó el recrudecimiento de la Violencia de la década de los años cincuenta y sesenta en Colombia, que desencadenaría el desplazamiento hacia las zonas periféricas de la ciudad de miles de familias campesinas, provenientes de los departamentos de Boyacá, Cundinamarca y Santander, generándose así ocupaciones espontáneas de predios que poco a poco fueron dando lugar a barrios como La Victoria y Diana Turbay. Para el caso de la UPZ La Flora, sus primeros habitantes recordarían que el proceso de poblamiento y expansión urbana se dio a principios de la década de los ochenta.
En 1985 mis abuelos, Humberto Cotrina y María Teresa Tunaroza llegaron a Tihuaque que en ese entonces no tenía nombre el barrio, al lugar que llegaron, a simple vista parecían fincas o montes por las zonas verdes gigantes. Uno de los habitantes más conocidos es don Chaves, uno de sus primeros habitantes que desde entonces se ha dedicado a la agricultura y a la venta de leche de cantina, actualmente habita la vereda Los Soches. Él recibía a las familias que llegaban de lugares como Santander, Boyacá y pueblitos cercanos, las cuales eran golpeadas por el frío y las fuertes lluvias (David Cotrina, estudiante de grado noveno. Habitante barrio Tihuaque, 2021).
Por su parte Yiveth Umaña Cruz señala que:
Mis bisabuelos María Guerrero y Alberto Cruz fueron de los primeros fundadores del barrio (San Pedro). Era una zona rural donde existían muchas fincas y hacía mucho frío, no se contaba con servicios públicos. Cuando ellos llegaron, solo existían cuatro casitas hechas con piedras que traían de las montañas. Este territorio solo era un potrero enorme, se conocía como la entrada a Villavicencio ya que quedaba muy lejos de la ciudad y se decía que Bogotá era solo hasta la entrada de lo que hoy conocemos como el barrio 20 de Julio. Entonces compraron un lote en el año de 1980 en treinta mil pesos, con una extensión de 40 por 12 metros, lo que les permitió sembrar para, arveja, cebolla, cilantro. Allí también criaron vacas, cerdos y pollos (Estudiante grado noveno, 2021).
De esta manera, se fueron poblando los distintos sectores de la UPZ, caracterizada por la heterogeneidad, que se puede ver reflejada en las distintas identidades que allí se han tejido y en las que coexisten prácticas rurales y urbanas.
A los relatos anteriormente citados debe agregarse que los primeros habitantes de la UPZ abrieron caminos mediante la adquisición de predios para cimentar no solo sus viviendas, sino una vida nueva, donde el trabajo y la organización comunitaria se convertirían en puntas de lanza para transformar y hacerle frente a las dificultades de un espacio geográfico un tanto hostil e inhóspito.
Como se testimonia a continuación:
Mis padres llegaron al barrio en 1985, ellos cuentan que el barrio parecía el Páramo de Sumapaz había muchos frailejones, abundante plantas, había un riachuelo muy grande. A lo lejos se podía divisar el Nevado del Ruiz, todas las mañanas, tipo seis. Dicen mis abuelos que nosotros somos muy afortunados de vivir acá donde se respira aire libre no contaminado. Acá pareciera que estuviéramos en el campo se siente el olor de la fauna y la flora. (Eduar Macías, estudiante grado noveno C, 2021).
Estas condiciones biofísicas del territorio poco a poco empezaron a ser apropiadas y transformadas por sus pobladores a través de luchas y procesos organizativos para la consecución de los servicios públicos básicos, como se podrá constatar en el siguiente apartado.
La UPZ la flora: sus reivindicaciones y sus luchas
En esta montaña se construirán palacios. Palacios de amor, palacios de ensueños
Y se verán correr mil príncipes con la cara sucia y el pelo suelto.
Acariciando flores, amanojando sueños. Y cuando al fin me tenga que morir.
Pues la muerte me venza en franco duelo. No partiré, pues aquí está mi porvenir.
Aquí está mi gente… ¡Aquí está mi cielo!
(Bruno Silva, 1999).
Se ha reseñado de manera general el proceso de poblamiento del territorio que en la actualidad hace parte del borde urbano rural, cobijado por los cerros surorientales. Pues bien, desde ese periodo histórico se puede dar cuenta del trabajo emprendido por estas comunidades en la búsqueda de condiciones dignas de vida, las cuales se documentarán a continuación, acudiendo a los puentes que se tejen entre la historia y la memoria.
Para Ricoeur, la historia y la memoria son dos formas de representación del pasado gobernadas por regímenes diferentes, pero emparentadas.
La historia aspira a la veracidad, mientras que la memoria pretende la fidelidad. La historia basa su pretensión de veracidad en su función crítica sostenida en tres niveles: documental, explicativo e interpretativo. La memoria, por su parte, se afana en recuperar celosamente las experiencias de los testigos, en las historias mínimas, próximas y vitales, en reconocer su carácter único e irremplazable (Ricoeur, 2004).
Una de las primeras formas organizativas de las familias que se asentaron en la UPZ La Flora fue la autogestión, esta se convirtió en referente de encuentro social y comunitario, mediante el cual se generó la apropiación del territorio para solucionar necesidades apremiantes como el acceso al agua, al sistema de alcantarillado, al servicio de luz y la apertura de vías de comunicación.
Sobre este particular la señora Aracelia Bolaños2 recuerda que:
Para el alcantarillado, nos uníamos por cuadras, unos ponían la tubería, otros el trabajo, que era el día domingo, unos daban el almuerzo y los otros los materiales restantes, el cemento, la arena. La escuela empezó con un saloncito pequeño, estudiaban de diez a quince niños, el centro de salud lo hicimos, lo empezamos nosotros lo inauguré yo con mi esposo, hicimos una recolecta de ladrillo, ahí empezaron a llegar los médicos después de que pasamos un informe a la Secretaría de Salud directamente, ahí nos atendían. Todos nos uníamos, es que eso es lo que no hay hoy en día, uno jala para aquí y el otro jala para allá, en ese tiempo yo le decía a usted vamos a hacer tal cosa y se hacía (Entrevista, 21 de julio 2021).
Una de las características biofísicas de la UPZ La Flora por su ubicación espacial, que oscila entre los 2.700 y 3.100 metros sobre el nivel del mar, es la abundante pluviosidad ya que gran parte de su territorio se encuentra rodeado por áreas protegidas como el Parque Natural Entre Nubes y el piedemonte del Páramo de Cruz Verde, en los cerros orientales (Sánchez, 2019). Esto a su vez hace de este territorio un área con abundantes nacederos de agua, donde se forman quebradas como la Chiguaza y Yomasa.
Sobre este aspecto Clara Cerinza una de las fundadoras del sector de Las Violetas recuerda lo siguiente:
A principios del 82 yo llegué por aquí, no había mucho, había tres casitas, la de don Ignacio, la de don Pedro, la de doña Concepción Espejo, no teníamos sino agua, bendito Dios, por eso me enamoré de acá, por el agua, por el espacio, el agua la tenemos todavía de acá de arriba, fuente natural y las teníamos en alberquitas en todas las cuadras había una alberca, una pila, ¿se acuerda lo que era una pila?, y de ahí la cogíamos hacia las casas, del nacedero (Entrevista, 2021).
De tal manera que, la consecución e instalación de las mangueras y la construcción de tanques fue otro de los objetivos de la organización comunitaria que en principio se abasteció de la quebrada Yomasa, conocida comúnmente como “La Alemana”, porque en sus riberas se ubicó una planta de producción de cerveza que tenía este nombre. De igual modo, este afluente se convirtió en un hito para los habitantes del territorio, todavía son muy recordadas las jornadas de lavado de ropa, para el que las primeras pobladoras con sus hijos, al despuntar el alba se daban cita para servirse del vital líquido.
Tal es así, que para 1998 las comunidades de los barrios Juan José Rondón3, Villa Rosita, Villa Diana, San Pedro, Arrayanes y Tihuaque, agrupados en la Cooperativa de Barrios Altos de Usme (COOPBAUS), con el apoyo del Centro de Estudios Interdisciplinarios de la Universidad de los Andes (CIDER), organizaron el Festival del Agua4, que contó con una nutrida agenda cultural -reinado interbarrial, muestras artísticas- y deportiva, cuyo objetivo era la obtención de recursos y visibilizar la necesidad de la instalación del servicio de agua y alcantarillado (El Tiempo, 1998).
Uno de los primeros servicios públicos que también sería gestionado por la comunidad a través de las Juntas de Acción Comunal fue el de la luz; sobre esta labor Clara Cerinza, rememora:
Para alumbrar era la vela porque aquí no había luz, esa fue la primer meta, radicamos una carta en la 68 cerca del diario El Espectador hacia abajo, donde quedaba un potrero por detrás del terminal allá quedaba una bodega de Codensa. Entonces allí un ingeniero me dijo que tenía un par de postes, los tengo para un barrio pero no tengo la cuadrilla de obreros para que los instale, ustedes se encargan de abrir los huecos de dos metros con veinte centímetros. Después me dio las indicaciones sobre un plano del barrio y por eso fue que llegaron los postes y después de un mes y medio el servicio del alumbrado.
Otra de las dificultades con las que se enfrentaban las familias era la del servicio del transporte, porque durante varias décadas -hasta el año 2002- la principal arteria de la UPZ, conocida como la Avenida de los Cerros, era paso obligado de camiones, vehículos y buses intermunicipales cuyo principal destino eran los Llanos Orientales. Esta situación obligaba a que sus habitantes soportaran trayectos de una hora y cuarenta minutos a pie, hasta barrios vecinos como la Victoria y Libertadores para acceder al servicio de transporte público; solamente hasta finales de la década de los ochenta se legalizaron las primeras rutas.
Ahora bien, como se ha mostrado, los liderazgos individuales y las gestiones ante las entidades gubernamentales como la Empresa de Acueducto y Alcantarillado, y la de Energía (CODENSA), se convirtieron en un factor condicionante para la configuración de los distintos sectores de la UPZ. En medio de este panorama, las comunidades fueron constituyendo grupos diferentes a las Juntas de Acción Comunal, que empezaban a estar al vaivén de la voluntad de las entidades del poder central -es decir, de la Alcaldía de Bogotá-, para agruparse en organizaciones diferentes, cuyos derroteros fueron la solución por cuenta propia de servicios básicos o de servicios sociales como la cultura, la recreación y la formación educativa (Torres, 1994).
Sobre estos aspectos y sobre la inclusión de nuevas problemáticas en la agenda y reivindicación de los movimientos sociales de este territorio, como la conservación del medio ambiente se tratará a continuación.
La UPZ La Flora: de las preocupaciones comunitarias a la ampliación de una agenda social y ambiental
Los habitantes de la UPZ fueron transformando el lugar y adaptándose a las características biofísicas de este espacio geográfico en un proceso de autoconstrucción de sus lugares habitacionales y de los barrios, mediante un proceso en el que se fueron apropiando del terreno. De esta manera paulatina fueron forjando un territorio que se ha convertido en un lugar de encuentro, de cruce de palabras y cargado de significados, en el que se han inscrito las resistencias y los deseos de mujeres y hombres que han construido permanentemente esta historia.
Para la década de los noventa las necesidades de la comunidad continuaban siendo las de mejoras a sus viviendas, apoyo a construcción de obras públicas y comunales y resolución de problemas de transporte, entre otras. Debe tenerse en cuenta que algunos sectores de la UPZ, como Villa Rosita, Tiguaque, Londres y Las Violetas, constantemente tropezaron con el condicionante geofísico de encontrarse por encima de los 2.600 metros sobre el nivel del mar en zonas de reserva forestal, lo que en palabras de las entidades gubernamentales imposibilitaba la ejecución de cualquier proyecto de inversión social.
Sin embargo, después de la segunda mitad de los años noventa, la ciudad de Bogotá tuvo en su administración alcaldías que enfatizaron su gestión en promover reformas de desarrollo urbano, como característica de la globalización económica; en este sentido se incluyó la inversión de recursos en zonas históricamente marginales. Este hecho haría posible la articulación de los barrios del suroriente de la ciudad y de la UPZ La Flora, al resto de la ciudad, pero sin desligarse de su origen y condición de marginalidad (Quimbayo, 2011, p. 70).
Así es como surge en el año de 1997, durante la administración de Antanas Mockus, el Proyecto de Mejoramiento Integral de Barrios SUR con Bogotá, después llamado Sur con Convivencia, que se extendió hasta las administraciones de Enrique Peñalosa y Luis Eduardo Garzón, y en el que se contó con la participación de entidades como la Caja de la Vivienda Popular, el Banco Mundial y un Fondo Especial, creado en Alemania para fomentar iniciativas de paz y prevención de conflictos Kreditanstalt für Wiederaufbau (KfW).
Para el año 2004 el proyecto de mejoramiento de barrios se fusionó con el Proyecto SUR con Bogotá, teniendo en cuenta que este último proponía un mejoramiento físico y social mediante la ejecución de grandes obras de infraestructura y equipamientos urbanos, de manera más minuciosa y más próxima a las comunidades, en un territorio compuesto por 41 barrios, y apostaba más decididamente a la participación de las comunidades y al fortalecimiento de sus estructuras organizativas (Romero, 2013).
Vale la pena señalar lo anterior se da en un contexto en el que las comunidades organizadas logran sacar adelante el Proyecto del Parque Ecológico Entre Nubes5, en el que venían convergiendo desde finales de la década de los ochenta organizaciones sociales como el Programa de Educación para adultos del Sur oriente (PEPASO), el Comité de Educación y Salud (CEYS), y que se agruparon en el Comité de Planeación Interlocal (CNP). Es así que en el año de 1997 mediante el acuerdo 2 del Consejo de Bogotá se establece la delimitación del parque, y posteriormente, en el año 2000, mediante el decreto 619, se incorporó el Parque al Plan de Ordenamiento Territorial (POT), donde quedó definido como Parque Ecológico Distrital de Montaña.
Sobre este particular Luis Alberto García advierte lo siguiente:
Había un proyecto que se llama Sur con Convivencia: eran unos recursos que venían de Alemania y cofinanciados por la Alcaldía mayor de Bogotá, entonces se hizo un proceso bastante grande, y tenía impacto en lo ambiental, en lo social y en la infraestructura, tenía tres ejes de trabajo, entonces nosotros en lo ambiental participamos porque queríamos convertir eso en un gran parque metropolitano, porque eran más de 700 hectáreas que tenía el parque…, logramos hacer unos proyectos, unas inversiones a través de la Secretaría de Ambiente, se hizo reforestación y se han hecho senderos ecológicos (Entrevista, 2021).
El citado Proyecto Sur con Bogotá también fue un espacio aprovechado por las comunidades para obtener recursos para las instituciones educativas, Clara Cerinza, lideresa social de Las Violetas precisa que en la década de los ochenta había:
Cinco profesores en la mañana, venían en la flota La Macarena. Cuando llegó la directora Fany Mora, en los noventa me hice muy amiga de ella. Nosotras nos ayudábamos mucho. Me decía Clara, necesitamos profesores, necesitamos un salón, entonces, íbamos allá a la Secretaría de Educación en la calle 26, en ese tiempo ahí era la aglomeración de profesores pidiendo puestos. Luego gestionamos lo del bachillerato, yo me preguntaba, los niños terminan hasta quinto de primaria y el bachillerato, ¿qué?, es que en ese tiempo existía la Escuela La Flora (Provincia de Quebec), San Camilo y Las Violetas, eran las tres, no eran más. Hasta que con la construcción del Colegio Gabriel García Márquez en el año de 2009 se logró pasar la escuela (La de Las Violetas) al sector de Villa Diana, ya con bachillerato incluido.
Bajo esta coyuntura -la de la ejecución del Proyecto SUR con Convivencia-, se lograron canalizar los recursos para la construcción del Colegio San Cayetano, IED, al igual que un jardín infantil y el parque que llevan el mismo nombre. Todo esto bajo la mirada y la participación atenta de la comunidad. Así lo recuerda Luis García, líder local, quien resalta que ese nuevo escenario que se abrió entrando el nuevo milenio, corresponde a una mirada a través de la cual se buscó elevar la calidad de vida de las comunidades ofertando posibilidades y espacios para que los habitantes de la UPZ La Flora materializaran sus derechos civiles políticos y culturales.
Lo anterior pone de manifiesto la interpretación práctica que han hecho los líderes y algunos habitantes de este territorio, para los que el derecho a la vivienda, al espacio público, a la preservación del medio ambiente, y del patrimonio supone la igualdad política-jurídica de todos los residentes y el acceso universal, tanto a los bienes y servicios de interés general, como a la participación en la elaboración y gestión de políticas públicas (Borja, 2013).
Tal es el caso de la mesa territorial que se ha venido consolidando hace más de una década con la participación activa de los líderes y lideresas del territorio, cuyo objetivo principal ha sido trazar una agenda local que impulse el desarrollo social integral, planificando la transformación del territorio desde sus necesidades. Entendiendo que si bien poseen una historia común y unas problemáticas compartidas, la identificación de la heterogeneidad de la UPZ les permite hacer frente a los conflictos sociales y ambientales (Mesa Territorial, 2009).
Actualmente continúan estando presentes los asentamientos humanos con condiciones difíciles de empleo, vivienda y problemas de movilidad, al igual que existen sectores con una baja inversión social por encontrase dentro o cerca de la denominada zona de reserva forestal, situación que se evidencia como un obstáculo para implementar proyectos de inversión social.
Bajo y dentro de este contexto, político, social y ambiental, hace presencia la escuela como una institución que se ha forjado a partir de la lucha de hombres y mujeres que ven en ella un espacio para reeditar experiencias pasadas, y en donde la historia y la memoria siguen tejiendo luchas de sueños y esperanzas.
La historia y la memoria como espacios de posibilidad pedagógica
“La UPZ La Flora: relatos de historias y memorias”, es una apuesta pedagógica que se ha nutrido de una concepción de la escuela como un espacio de investigación y de construcción colectiva de sentido, en cuanto a través de ejercicios de indagación, propios de la historia oral, los estudiantes fueron construyendo relatos testimoniales que poco a poco se han ido convirtiendo en fuentes orales, a partir de las cuales se ha rescatado la experiencia y el rostro de hombres y mujeres de la comunidad que han dado cuenta de sus luchas, sentires y horizontes de vida.
Estos relatos de historias y memorias se han cimentado en lo que bien se podría denominar “una pedagogía del testimonio6”, que se ha fijado como derrotero hacer posible una apertura de las Ciencias Sociales escolares hacia su “escenario natural”, es decir, la historia familiar, los problemas del contexto y las necesidades de la comunidad, puesto que desde de allí se puede ir recuperando y poniendo en discusión el carácter político que tiene la historia.
De otra parte, la experiencia aquí presentada se ha cimentado -como ya se ha venido señalando- en la historia oral (entrevistas orales) como un recurso pedagógico con el que se ha empezado a tejer redes entre el escenario escolar y las comunidades. Ahora bien, dentro de los retos de la experiencia escolar aquí expuestos, todos tienen como un primer propósito dar la cara al futuro, ellos se pueden circunscribir en el objetivo de seguirle apostando a las historias de vida, que constituyen un encuentro entre el estudiante con su realidad y con su contexto, en la medida en que ellas develan las expectativas, los sueños y la “esencia” misma de sus vidas.
Un segundo objetivo se encuentra relacionado en cómo desde ejercicios de reconstrucción histórica, teniendo como punto de referencia la memoria, el estudiante no solo reconoce la UPZ, su barrio, sino que asume un rol activo convirtiéndose en su propio historiador, donde a través de esa pedagogía del testimonio (Ortega, 2018, p. 44) logra develar lo que ha transcurrido callado, silenciado por la imposición de una historia en la que muchos se han negado a participar o de la que han sido excluidos.
Es por todo esto, que este primer ejercicio (experiencia) hace parte de un trabajo de largo plazo, que busca articular la historia oral y la investigación en la escuela como un camino de posibilidades en la enseñanza de las Ciencias Sociales, activando la participación de jóvenes, de niñas y de niños, en la que la fuentes orales se convierten en una herramienta para mantener viva la memoria, que dicho sea de paso, es uno de los patrimonios característicos de la humanidad como especie, y que en espacios como la escuela convoca a provocarla y mantenerla viva.
References
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